lunes, noviembre 27, 2006

E-mule

(Recuperado de MSN del 10 de julio de 2006)

Le agarré el gusto al E-mule y estoy encontrando cosas interesantes. Lo bueno es que baja discos enteros, con el Kazaa tenía que buscar los temas sueltos para armar algo, y, a veces, algunos no funcionaban, o había diferencia de volumen entre uno y otro.
Una rareza que encontré fue un disco de la banda de jazz Cheap Suit Serenaders, del dibujante Robert Crumb. El disco se llama Singing in the bathtub (1993), y son temas de o con aire a los años '20, '30, con mucho banjo y guitarra, o sea, una banda de cuerdas. El jazz con cuerdas y/o piano me gusta más que el de vientos, aunque no descarto ninguno. Lo que me gustaría conseguir es la banda sonora del documental Crumb, excelente film de 1994 de Terry Zwigoff, que, justamente, desarrolla vida y obra de este gran dibujante, y de su familia bizarra. Si no me equivoco, eran toda música de jazz aportada por el mismo Crumb, de su colección de discos de pasta.
Por ahora, escucharé esta delicia.




Otro lindo provecho de este programita es con las bandas sonoras. Había una que tenía incompleta y que el Kazaa no había logrado satisfacer (encima que en Argentina no se vio el CD a la venta), la de Punch-drunk love (2002), aquí conocida como Embriagado de amor. La película se estrenó en marzo de 2003 pero no tuvo mucha trascendencia entre el público, ni siquiera para los admiradores de Adam Sandler, uno de los protagonistas (que acá aporta su cara de nene para un personaje tan autista que se parece a mí). Paul Thomas Anderson ganó un premio en Cannes por su dirección, pero tampco alcanzó. Film magnífico y banda sonora magnífica, plagada de ruiditos de todo tipo, lo que vuelve extraña la ya extraña atmósfera del ambiente, y Shelly Duvall cantando He needs me, tema sacado directamente de Popeye (1981). Otra delicia.




De paso, algo que escribí sobre Punch-drunk love en 2004:



Todo se sacude



Caleidoscopio es ese tubo por el que se mira apuntando a una fuente luminosa, y que a medida que se rota sobre las manos va formando en su fondo mosaicos coloridos. Siempre que se aplica a un relato significa que a medida que se avanza se van contando varias historias con diversos personajes, aunque no haya movimiento de colores y al fin y al cabo es una escena tras otra la que produce el efecto. Embriagado de amor también es un caleidoscopio, pero en un sentido más cercano al juguete que a las historias múltiples.

Por empezar, la película de P. T. Anderson tiene escasos personajes y la historia no se ramifica y es concentrada. Adam Sandler es un fóbico social que tiene como único vestuario un traje de un azul chirriante que un buen día es seducido por una Emily Watson divorciada y que casi no gesticula. El tipo vende unos productos plásticos que no se sabe muy bien para que sirven, y como hobbie junta millas de viajero que regala una marca de pudding envasado. A la vez, es acosado por una pandilla dueña de una hot-line, pidiéndole dinero a cambio de no revelar que él ha llamado pidiendo servicios sexuales telefónicos. Magnolia si era un caleidoscopio más a la usanza habitual de la crítica. Esta nueva película del director directamente nos mete en el aparatito mismo, nos enseña como funciona el artefacto, no se queda en los mosaicos ya formados. Los movimientos ampulosos que ejecuta frecuentemente en otras de sus producciones se encuentran plenamente justificados en este caso porque estamos nada más ni nada menos que dentro del caleidoscopio. Un pequeño giro y vemos como los colores se mezclan y aparece la siguiente escena, como del caos horizontal de pigmentos aparece el local de colchones. Los movimientos mismos nos revelan la ansiedad de Sandler ante los cambios en su vida de un solo color, que aparecen en la carrera alocada en el supermercado, en el travelling vertiginoso hasta dar con la figura de Phillip Seymour Hoffman, en su asomo por sobre el armonio y en los desplazamientos laterales frente al sillón en la espera de la conversación con la hot-line. Su planeta se puso en movimiento al fin luego de una primera escena de plano rigurosamente fijo y gris.

La banda sonora de Jon Brion es la entrada de algo nuevo. Cuando el armonio es dejado en la vereda para vaya uno a saber quién es cuando ingresan los sonidos a la mudez propia del caleidoscopio, y ese mismo día que surge la música aparecen los ruidos que adelantan que algo está por ocurrir. Sorprenden por lo inesperados el auto que choca, el camión con acoplado que raja el silencio mañanero y la persiana que se levanta y sobresalta a Sandler. Los sonidos que van y vienen, son, junto a los colores, el magma del que se nutre el mundo autónomo que propone Anderson, en continuo estado de formación, que corre paralelo a la indesición proverbial en la que vive el magnífico Sandler, un caótico que no sabe donde poner tanta energía. Una película orgánica en continuo cambio que se parece bastante a un sueño, bueno o malo, un inconsciente desordenado que por momentos brinda imágenes luminosas, brillantes y nebulosas, luego una oscura y pesadillesca como la increible huida del protagonista perseguido por los pandilleros, y las siluetas perfectamente claras de los amantes besándose a modo de momento de definición, en el que el caos mental de Sandler queda suspendido. Igualmente la última escena no es un cierre y la imagen toma nuevamente un estado nebuloso, ya que apenas es el comienzo del ordenamiento, de la mano de Emily Watson, de éste verdadero caleidoscopio.

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