miércoles, febrero 14, 2007

Touché


Tuve la oportunidad de ver Los duelistas (1977), el primer largometraje de Ridley Scott, antes de los éxitos que lo pusieron en el tope. Basado en una novela de Joseph Conrad, la película cuenta el enfrentamiento entre dos militares franceses en épocas napoleónicas, y más allá. Feraud (Harvey Keitel) se enoja con D'Hubert (Keith Carradine) cuando este último es mandado a buscarlo, y ahí se inicia la larga contienda, que cubre 16 años. Feraud es el personaje más rabioso, que no perdona, y busca a D'Hubert por cielo y tierra durante todos esos años para batirse a duelo, cuando no se encuentran accidentalmente. D'Hubert se resigna y accede a cada encuentro con su insistidor adversario. La narración estructurada en los encuentros y casi solamente en los personajes de los duelistas los convierten en un coyote y un correcaminos enfrentándose en fondos naturales, aunque, en este caso, no se trate del desierto. La conclusión es potente y angustiante para el personaje de Keitel. En un ejemplar de la revista El Amante de 1998, Máximo Eseverri comenta ese final en un dossier sobre finales de película. En el último duelo, D'Hubert no mata a Feraud, aunque no lo vemos, le perdona la vida pero con la condición de darse por muerto; su vida ahora es secreto de ellos dos, y Feraud queda como un paria, totalmente vestido de negro, caminando por esos mismos paisajes desolados en los que ellos se enfrentaron. Eseverri marca la mirada infinita de Feraud, que expresa la bronca y la impotencia ante la exclusión social y la pérdida del honor, ahora que su vida quedó en manos de D'Hubert. La observación es acertada, aunque no nombró elsuspiro. Feraud, frente a la soledad del paisaje y a su perpetua soledad, larga un suspiro repleto de angustia difícil de olvidar y fácil de sentir, aún más que la mirada. Es la última acción antes de los títulos. Suspira como el Coyote en su tristeza ante la presa inalcanzable.

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