jueves, agosto 02, 2007

Amor + Tiempo

Leyendo una biografía sobre Lewis Carroll leo que escribió esto: "pasamos en la tierra muy poco tiempo/para que podamos aprender a soportar los dardos del amor".
El tiempo tiene que ver con el amor. O el amor con el tiempo. Carroll tiene razón, el tiempo es demasiado corto, pero no para soportar los dardos, sino para quitárselos. Más que dardos son aguijones de abeja, que quedan enterrados, que salen luego de un arduo trabajo.
Cuando amamos el tiempo no tiene límites. El amor ocupa la vida cotidiana entera; el amor no correspondido ocupa aún más. En el amor nos complacemos en el tiempo que vendrá, en las posibilidades de disfrute; en el amor no correspondido el tiempo es algo tenebroso, un campo hostil que hay que atravesar. Se ama con el pensamiento, que no ocupa espacio físico, sólo tiempo. El amor es una duración.
Cuando se ama a quien no se debe el tiempo se vuelve sólido, adquiere el peso de nuestras penurias. Mientras que el enamorado desea la duración máxima del amor, el rechazado busca que ese tiempo sea el menor posible. Cabe aclarar que el rechazado ya no es un enamorado. Al adquirir su condición se vuelve algo que ni él ni nadie saben definir. A él, el tiempo sólo le sirve para borrar los restos de enamoramiento. ¿Cuánto más tiempo durará? ¿Dos días, un mes, dos años? Mientras el tiempo pasa y nos aplasta dejamos muchas cosas en el camino y nos perdemos de otras tantas.
El tiempo en el amor no correspondido es una enfermedad, algo que debe pasar cuanto antes para despejar la propia percepción de esa extraña química que produce el efecto de convertir el espacio palpable en tiempo. Porque, por supuesto, la persona amada o deseada es tiempo. El enamorado se lo dedica; el rechazado lo soporta. La persona deseada se vuelve tiempo, algo que no nos podemos quitar de encima. El espacio se puede achicar, agrandar, rodear, demoler, pero no así el tiempo. Vivimos en el tiempo, y el enamorado vive en su amor. El rechazado vive en su ¿amor?, o en lo que sea, una mezcla indigesta que no queremos habitar. Entonces es cuando la belleza se vuelve algo insoportable, pegajoso; algo tan hermoso que se vuelve feo. Una rara forma de fealdad. Es una belleza deseada pero que no queremos contemplar por miedo a seguir desgarrándonos. Los días soleados son hermosos, pero sabemos que mirar directamente al sol es nocivo.
Desde la frustración del propio Carroll está bien pensar en el amor como dardos. Diferente sería que los años fueran más largos para superar los amores no correspondidos. ¿Qué hace que algo tan concreto y mensurable como un par de ojos se convierta en algo tan inseparable del pensamiento como el tiempo, o que, directamente, se vuelva el tiempo? ¿Qué hace que esos ojos sean, simplemente, una realidad concreta para todos y una pesadilla para uno? Cuando algo no nos corresponde lamentamos más el tiempo que la cosa deseada; es el vértigo de no saber hasta cuando se va a extender la tortura. Por eso, si bien la tentación de acercamiento es grande, queremos escapar de la belleza que nos perturba, hacerla desaparecer, aunque más no sea virtualmente para acelerar ese tiempo. En esos momentos uno se odia por haberse enamorado. La belleza objetivada es concreta y siempre está destinada al placer; la belleza subjetiva no siempre es así, y en caso de no ser alcanzada lastima aún más porque surge de cada uno, y, por lo tanto, conoce nuestros puntos débiles. En el caso del amor no correspondido, esa belleza subjetiva que se vuelve tiempo, que es hace difícil de aprehender como cosa material, que no se puede razonar, llega al punto de producirnos miedo.
Habrá que llorar mucho y fuerte para ver si las lágrimas logran arrastrar el dolor.

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