jueves, agosto 23, 2007

Una pequeña diferencia

Hay una película muy fina entre el enamoramiento y el amor. Son dos campos absolutamente diferentes. Pero sus nombres no dicen nada; para algunos la segunda palabra podría reemplazarse con la primera, y al revés. Y no son dos campos, son dos estadios, por los que no vale mucho matarse poniéndoles nombre. La diferencia estriba en que en el segundo no hace falta la presencia física o icónica de lo deseado para recordarla.
La película que los separa es tan delgada que, a veces, da miedo mirar a través de ella. De hecho, mucha gente vive en el estadio 1 todos los días solamente como forma de escapar de la rutina pero sin siquiera pensar en cruzar al estadio 2.
En realidad, nadie sabe como se entra ni como se sale. Uno sabe que está de un lado o del otro del espejo cuando ya está allí, pero lo que ocurrió en el medio es poco discernible. Siempre hay una cierta dosis de violencia en el amor. No violencia física, estilo cavernícola, por supuesto. Ya hay violencia en ese tránsito de un estadio al otro, que se produce sin recibir explicaciones que satisfagan nuestras inquietudes. Ya hay violencia en el cruce de dos seres racionales, que no apuntan instintivamente hacia el mismo lado, como dos perros o dos canarios.
Pero la violencia en algún momento desaparece, salvo que ese estadio 2 no sea el adecuado. Y lo peor es que nadie sabe como salir de allí. Alguien que no tiene demasiado que esperar tal vez pueda esperar que el efecto pase, más tranquilamente, pero cuando ese estadio 2 nos arrebata de una edificación segura y matemáticamente armada no hay espera que valga. Aunque no es que haya una oposición matemáticas frías vs. sentimientos cálidos. Dentro del estadio 2, en algún momento, la matemática también puede ordenar la violencia inicial. El problema viene si la matemática que allí impera nos es totalmente desfavorable, cuando, incluso, es humillante.
Lo raro es ver, a través de la membrana, un campo en el que ya estuvimos complicadamente y hoy apenas nos despierta una sonrisa. Y cuando menos lo pensamos estamos metido en otro.

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