sábado, junio 30, 2007

Stars in my crown


La Filmoteca exhibió esta película de Jacques Tourneur, una rareza de 1950 difícil de ver, más si tenemos en cuenta que el director ha sobresalido en trabajos de terror y suspenso. De hecho, en los videoclubs con abundante cine clásico pertenece todo a ese género, por lo que he visto. Buscando información sobre esta película me encuentro con algo llamado "americana", un subgénero, parecido al western pero que no lo es, que se desarrolla en el siglo XIX, pero sin pistoleros, en pueblos pequeños y sus afueras. La denominación de "americana" se refiera, justamente, a elementos relacionados con la vida del Estados Unidos profundo, pero más particularmente a sus elementos fundantes. Stars in my crown (me gusta más su título original, y no Corona de estrellas) tiene como protagonistas al pastor Gray, alguien que llega un día de esos a poner orden en un pueblo sin mucho rumbo. Por otro lado, está Harris, el hijo del antiguo médico, a quien no le tienen mucha confianza como a su fallecido padre, también médico. Lo primero que aparece es la lucha entre la ciencia y la fe. De hecho, esta última invade a la ciencia, por decirlo de alguna manera: la población confiaba a ciegas en el viejo médico, pero no en su hijo, sin ninguna razón aparente, sólo por una cuestión de fe. La llegada de una enfermedad le dará a Harris un mayor prestigio y Gray se hará a un lado, sólo por un rato, para que trabaje la ciencia. La mezcla de estos elementos son las bases de un subgénero que intentan describir metafóricamente, como Adán y Eva en la Biblia, el surgimiento de un país como Estados Unidos: la razón para asegurarse el progreso, cubierto de una pátina de fe religiosa.
Pero la fe religiosa no se limita a las figuras cristianas, en este caso, de la religión reformista. Hay una fe en la razón. En Stars no hay muertos en enfrentamientos, como si podría haber en un western, sólo los hay por enfermedad. Gray logra mediar eficazmente cuando un grupo quiere matar a un negro que no cede en la venta su propiedad. Ese papel de intermediador recuerda al juez Priest de Resplandece el sol (Ford, 1953) que lograba mantener el orden en el poblado con la menor violencia posible. Ese poder de la palabra es necesario si se quiere consolidar una democracia representativa, sin que cada ciudadano tenga que salir a arreglar algunos problemas con sus propias manos. Tal vez, hablar de ciudadano sea demasiado; más bien poblador. Las pequeñas poblaciones en las que se desarrollan las "americanas" son el germen de Estados Unidos, no ya la gran ciudad hecha y derecha, con sus instituciones en firme.
De todos modos, Tourneur agrega en su película algunos elementos inquietantes que no estarán en la de Ford tres años después. Gray es, antes que un pastor, un hombre de armas llevar, alguien que participó en la Guerra de Secesión; en cuanto llega al pueblo, se mete a un bar, pregunta algo y todos se ríen, él saca su revolver. Dentro de la agradable mística de la fundación de Estados Unidos surge el elemento oscuro. Y a medida que el film avanza, Tourneur va sacando todo su arsenal de claroscuros y contrastes en la iluminación; pasa del relato diurno y afable en off que hace Kenyon a partir de sus recuerdos de niñez a las escenas nocturnas cuando la enfermedad avanza en el pueblo. Es el mal fuera de campo, característico de otras obras del director, que aquí tiene el adicional de la idea de la prueba que deben superar Gray, Harris y la población en general. La luz volverá hacia el final, cuando el médico logra salvar varias vidas, y el pastor logra salvar a la mujer del médico, con lo cual, si bien nadie es imprescindible, la fe está por encima de todo, ya sea a la religión, a la medicina o a la Constitución. Por eso, esta película en particular, retrata un elemento que siempre llama la atención, que visto desde estos pagos suena ingenuo, por no decir tonto: la creencia en algo como garantía para avanzar. Stars in my crown, como todo mito fundante, es sólo un episodio, como bien delimitan ese lento traveling del comienzo y el plano final, ambos a las puertas de la iglesia, funcionando como paréntesis, o, si se quiere, como tapas de un libro (la Constitución, tal vez, así como el título que da nombre a la película es una pegadiza canción, que el pastor repite día a día, a modo de himno nacional; la repetición refuerza al mito). En el sentido del momento fundante de un Estado tiene contactos con otra película de Ford, Wagon Master, donde se contaba la historia de una caravana en busca de su tierra prometida, y donde existía la búsqueda del equilibrio y la convivencia, en este caso, entre un grupo mormón y un grupo de artistas populares: "No hay otra forma más sintética de describir Wagons Master, una parábola sobre la formación del espíritu americano. Dos cowboys harán de punto intermedio y conciliadores entre el grupo de los mormones y el de los artistas ambulantes, doble vertiente que con se amalgamó. El ascetismo y el esfuerzo para lograr una vida ordenada se enfrenta con la diversión, la creatividad, el consumo y el show bussines".
Además del lento y agradable traveling de apertura de Stars in my crown, hay otro movimiento de cámara interesante en cuanto a su significación: Gray baja llega al pueblo y baja del tren; la cámara lo deja y se eleva sobre la locomotora, toma la campana, los fierros decorados de su techo, y desde arriba vemos al pastor avanzando en medio de una calle polvorienta. Un solo plano une el progreso de hierro con la fe, dos elementos necesarios, que Tourneur une en una corta fábula americana, con contrastes y no demagógica, como sabían hacer en esos tiempos.

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