domingo, mayo 27, 2007

Claude Rains


Como consecuencia de mi lectura del libro Hitchcock & Selznick tuve deseos de rever Notorious, película de Alfred Hitchcock estrenada en 1946. La había visto hace siglos y recordaba cachos, el famoso movimiento de cámara que va de un primer piso a un plano detalle de la llave en manos de Alicia (Ingrid Bergman).
Y recordaba algo más, la gran composición de Claude Rains haciendo de Alexader Sebastian, un nazi que, en Río de Janeiro, y junto a un grupo de exiliados, piensan volver con todo, con una bomba atómica, o algo con Uranio. La verdad, eso es nada más que anecdótico, porque el plato fuerte está en el trío amoroso Grant-Bergman-Rains. Este es uno de los casos en los que Hitchcock logra crear más empatía con el malo de la película que con el bueno, el siempre formidable Cary Grant, aquí más frío que en otras oportunidade. Bergman, que hace de la hija de un jerarca nazi, que vive borracha y siente que debe hacer algo para sanar la conciencia familiar de las atrocidades del régimen de su padre. Grant la contrata y pretende usarla para acercarse a Alexander, quien estuvo enamorado de ella en otro tiempo. Por supuesto, Devlin (Cary Grant) y Alicia se enamoran, pero Hitchcock decide mantener esa historia en sordina. En la escena del balcón en Río, Bergman casi literalmente se come a besos a Grant, pero este responde friamente. No parece haber demasiada pasión, salvo los besos burocráticos que tienen que darse. Cuando Grant rescata a Bergman de la casa de Alexander se la lleva cubierta con una manta, bajo la cual podría haber un niño o un perro herido. Las actitudes de Grant son más las de un profesional del FBI que las de un enamorado. Una rara sensación nos invade cuando vemos que el más simpático termina siendo el ex nazi. Digo ex porque parece haber dejado todo eso atrás; nada más le importa Alicia, que llegó de vuelta como la esperanza de desligarse del peso de su madre autoritaria y del pasado sórdido al que pertenece. Hitchcock ya lo había logrado y lo lograría, simpatizar con el malo, tanto Peter Lorre en El agente secreto como Anthony Perkins en Psicosis, donde las identificaciones del público lograban cambiar en cada escena.
De todos modos, un tema tan escabroso como el del nazismo es tanto una excusa argumental como la bomba de uranio. Hitchcock no expone la ideología de Alexander, nada más le interesa mostrar su tristeza. Rains le pone la cara un personaje que sabe que todo es un engaño, que no tiene muchas salidas, pero que, así y todo, intenta creer que su felicidad es posible. El gesto de impotencia y desesperación que esboza Rains en el último plano es para un ranking, es demoledor. Seguramente, no le importe tanto morir, como seguramente ocurrirá, a manos de sus correligionarios como haber perdido a Alicia para siempre. Tal vez, en el fondo, con un dejo de resentimiento, piense que ellos tampoco serán felices: estaban demasiado metidos en sus roles inventados.
Un monumento para Claude Rains.

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