jueves, septiembre 06, 2007

Siempre hay un día feliz (1955)


Esta película es la tercera de la trilogía dirigida por Stanley Donen y Gene Kelly, luego de Un día en New York y Cantando bajo la lluvia, fue la que tuvo menos éxito y, probablemente la menos conocida. Como en las anteriores hay una relación con los medios masivos, sea el cine, la televisión o la publicidad. Pero, en este caso, el tono es de amargura para el final de la colaboración de ambos artistas.
Tres amigos de la Segunda Guerra Mundial apuestan que 10 años después volverán a verse en el mismo bar para recordar viejos tiempos. El reencuentro se produce y resulta desastrozo: cada uno encuentra a los otros dos insoportables. A partir de allí comienza un musical extraño sin los bailes grandilocuentes y alegres de las anteriores. Los tres se separan y desarrollan esas 24 horas en solitario, o casi, hasta que Cyd Charisse los unirá en un programa de TV que presenta algo así como "historias de vida", algo abominable, con una conductora que ni ella cree en lo que hace. Si la guerra los unió, la violencia los volverá a unir, por unos minutos, cuando, en plena emisión, se desata una pelea con gangsters que buscaban a Kelly.
Y si dije que no hay bailes grandilocuentes no es que sean aburridos o que no luzcan. Quiero decir que no son la expresión de la alegría y el éxito, como suele ocurrir en otras películas, sino de una forma de acompañarse a uno mismo en la soledad, como ocurre con el canto. En una parte, la pantalla se divide en tres y muestra a los protagonistas bailando, cada cual en el lugar en el que se encontraban reflexionando solitariamente. La tecnología utilizada en reemplazo de la amistad y la alegría. O la bebida. Al comienzo, aún soldados, hacen el único número en conjunto, pero bajo los efectos del alcohol. Uno de ellos hace un número borracho en una reunión con su jefe del trabajo. O sino hay un musical interno: en el almuerzo del restaurante, la orquesta toca Danubio azul, que sirve de base a cada uno para cantar, mentalmente, lo inconveniente del encuentro. Toda una variedad de decepciones que la televisión quiere mostrar como algo tierno. Hay personas que no deberían juntarse nunca. O tal vez no, es muy pesimista; lo deberían hacer sólo en ciertas circunstancias, en este caso, el peligro que otros pueden correr. Pero la amistad es algo más que cuidarse las espaldas.
Kelly será más feliz al conocer a Charisse, aunque no interpretan nada juntos en todo el metraje. Ella, la mujer organizada y cerebral, se da vuelta y hace su coreografía en un gimnasio de boxeo lleno de hombres deseantes, que, a la inversa, muestran, en este caso, un aspecto de universitarios delicados. Otro raro tramo como expresión de deseos. Y a no desfallecer, que Kelly realiza su maravilloso número en patines por la ciudad lleno de esperanza, luego de escurrirse de la mafia y de besar a su chica. El momento más luminoso del film entre tanta desazón, menos conocido pero igual de liberador que el ya célebre de Cantando bajo la lluvia.
El género musical, con su ambición de feliz comunidad, tiene aquí un delicioso y amargo ejemplar, raro, tal vez mejor que Bailarina en la oscuridad, para ver en momentos en que no queremos tantas sonrisas pero tampoco suicidarnos.

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