miércoles, septiembre 19, 2007

Piedras


Varias veces me he sentido cercano a Daniel Auteuil en Un corazón en invierno, película de Claude Sautet que me gusta mucho. Quienes la hayan visto, y se consigue en casi cualquier videoclub, saben de que hablo.
La frialdad a la que remite el título es la del protagonista. Por supuesto, ¿quién podría ser tan destemplado ante los ofrecimientos de Emmanuele Béart? Tal vez haya un cierto placer sádico al pensar que alguien pueda rechazar a semejante belleza, hacerla sufrir y salir impune. Auteuil puede salir impune porque ya está congelado por dentro. Pero esa paralización interior es un misterio. Así que puede parecerle indiferente o presentársele como una venganza cósmica e injusta de una experiencia anterior.
Pero al haber hermetismo no sabemos las causas de nada. Solamente hay una pared en el medio sin siquiera graffitis para encontrarle el sentido de su existencia. Es una excusa a la posibilidad de amar o una defensa contra el sentimiento solitario. Una toma de distancia prudencial no nos hace más felices pero evita la tentación de las pistas falsas, por más que sean tan elocuentes como las palabras de Béart, ante elogios y estimaciones que se detienen donde comienza la vida real.
¿Quién quiere volver a caer en el mismo espejismo? Hay cuestiones a las que se llega tarde, y eso es irreconciliable; más cuando se mezclan con otras de manera inapropiada, y sin que nadie externo se de cuenta, aparentemente. Un espejismo no es otra cosa que eso: cuando llegamos nos damos cuenta que es tarde porque ya no existe.
Pero en vez de estar leyéndome acá, vean la película, que es mucho mejor.

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