martes, septiembre 25, 2007

Tristezas viales


El semáforo de garage puede hablar pero sueña con tener la autoridad del semáforo de tránsito. El de la esquina tiene tal poder que no le hace falta emitir ningún sonido, su sola presencia intimida a los automovilistas. El de garage maneja un tráfico exiguo y no manda, al contrario, lo mandan a él, le hacen cambiar sus luces cuando el usuario lo desea. A lo sumo puede frenar a un par de peatones poco arriesgados. Ni siquiera el semáforo de peatones tiene una tarea tan poco estimulante, que vive a la sombra del grande, y viene con ilustraciones. Él no, nada más que dos luces sin mayores brillos, y que casi no utiliza. No tiene luz amarilla, lo cual elimina el suspenso en su actividad, no puede manipular los deseos del otro. El de peatones también se limita a un par de señales, pero los muñequitos divierten al fugaz espectador; reemplaza el drama por la comedia.
Una vez quiso frenar a un transeúnte infractor que quería cruzar la calle por mitad de cuadra en el momento indebido. Parpadeó y parpadeó pero el gesto nunca dio frutos. Ni siquiera sintió una satisfacción personal; sólo se trataba de un cortocircuito.

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