sábado, marzo 31, 2007

Thom Andersen


Esta corta semana de trabajo será dedicada a Thom Andersen en mi MSN, un director con sólo tres largometrajes y que pocos conocen. Sus películas son inconseguibles, o eso creo; tuve la oportunidad de verlas en el festival de cine de 2004. Son documentales que no cuentan la Historia del cine, sino que particularizan sobre alguna cuestión en rededor a él: Los Angeles plays itself(2003) recorta pedazos de películas para indagar que visión ha dado el cine, en más de 100 años, sobre esa ciudad; Red Hollywood(1995) habla sobre la caza de brujas de Hollywood de los años '50, que tanto había de paranoia y que tanto de militancia de izquierda.
Pero mi favorita es Eadweard Muybridge, zoopraxographer(1975), la que descubrí por la lista de las 100 mejores del cine americano según Jonathan Rosembaum, que está dedicada a la vida de quien, tal vez, no inventó el cine, pero si se ocupó de estudiar las imágenes en movimiento en sucesiones de fotografías. Y algo así escribí en ese momento.





La dificultad para hacer documentales está en que no se vuelva algo conocido y rutinario. Los productos con intenciones informativas están muy difundidos, y caen fatalmente en un mechado compuesto de imágenes “reales”, entrevistas y comentarios en off, de tal manera que los hechos y las personas de interés quedan fosilizados bajo la rigidez del planteo.
En este primer trabajo de Thom Andersen, una tesis de maestría para la UCLA, la emoción logra surgir sin testimonios fuertes ni llantos, sólo con la información misma de la que se nutre el documental.
El oficio inicial de fotógrafo de Eadweard Muybridge se caracterizaba por ser algo heterodoxo. Antes que el retrato individual o familiar tradicional prefería retratar la América profunda: árboles gigantes, barcos, trabajadores, indígenas. Imágenes impresionantes para la época del lado oculto del país, tanto como Muybridge, que Andersen revela como el asesino del amante de su esposa, mientras la cámara hace un primer plano de su cara flaca y barbuda, en una toma junto a un árbol de grandes proporciones.
En el comienzo todo da para pensar que Eadweard se va a desarrollar de un modo convencional, con imágenes fijas y el correcto locutor (Dean Stockwell) explicándolas. Pero al tiempo que avanza el documental, el objeto de estudio se despega de la voz omnisciente y cobra vida. Descubrimos que sus labores científicas sobre el movimiento del hombre y de los animales son algo más que caballos saltando. Las más variadas actividades cotidianas eran registradas con su zoopraxinoscopio, muchas tremendamente provocativas para la moral victoriana, teniendo en cuenta que eran desnudos absolutos en situaciones consideradas de mal gusto. Mujeres jóvenes fumando, un contorsionista retorcido con sus genitales totalmente expuestos, una mujer obesa intentando levantarse del suelo; todo tipo personajes mostrados sin ningún filtro.
Andersen pasa cada vez más a lo particular, hace plano detalle de esas figuras fantasmales y da cuenta de los nombres de los protagonistas anónimos de la obra. De a poco los aparta de las tinieblas, los separa del frío fondo cuadriculado y los devuelve a la actividad. Muybridge utiliza la capacidad del ojo para retener una imagen, pone en movimiento sus fotografías y casi inventa el cine antes de caer en el olvido, y de que Edison y los Lumière se hicieran cargo del asunto. Este documental rescata y pone vuelve a la vida una vez más a toda esos hombres, mujeres, niños y animales, y revela algunos cuadros cómicos, familiares primitivos de El regador regado. Restituye al documental una emoción eminentemente de la imagen, no lastrada por las palabras del relator.
La escena final del beso entre dos muchachas desnudas simula el paso de la imagen entrecortada obtenida con los experimentos de Muybridge a la imagen continua del cine moderno en colores. Un justo homenaje a un espíritu libre e innovador.

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