jueves, julio 19, 2007

Cinco dedos (1952)


El final de la película de Joseph Mankiewicz que aquí titula es sorpresa, tiene que ver con falsificaciones, y no digo nada más. De todos modos, no hace estallar todo lo relatado hasta el momento ni lo pone en duda. Tranquilamente podía ser previsto por el espectador. En plena Segunda Guerra Mundial, Diello le vende información de los Aliados a los nazis, no por simpatía sino porque le gusta el dinero. El tipo fue mayordomo de la condesa Staviska, quien colabora en sus negocios, en una relación de amantes con resabios de ama-esclavo. Antes del final sorpresa asistimos a dos falsos finales: uno triste y angustiante, Diello en el tren, ante la revelación escrita de que la condesa lo ha traicionado, y Diello escapando en barco a Brasil.
Si ese final sorpresa no sorprende tanto, también es un falso final, o un falso final sorpresa. Probablemente a Mankiewicz no le interesaba tanto producir ese efecto, sólo llegar hasta las últimas consecuencias en el ballet de las conductas de sus personajes. Estos están lo suficientemente expuestos al espectador, no hay demasiado escondido, por más que se trate de una trama de espionaje, cinismo y traiciones. James Mason está tan sutil en sus modales como para que a los Aliados no les queden sospechas que es más irónico que otra cosa en su adhesión a ellos. En la guerra todo vale, y también vale luchar sólo por la billetera. Y en un cine como el de Mankiewicz es de esperar que la palabra hablada sea el terreno de la competencia. El destino lo hace cada hombre y cada mujer, hablando, también, por supuesto. Los ambientes en Cinco dedos son funcionales, ordinarios, espacios para desplegar la humanidad. Para Mankiewicz cuentan las decisiones humanas, los objetos sólo están ahí, cobran vida y se entrometen cuando alguien les da un uso. Pero no al estilo de Buster Keaton, que entendía a la inteligencia como el uso de lo que hay al alcance para modificar el medio en beneficio propio. Lo que aquí hay es un uso obvio de los objetos, si se quiere, el predeterminado, pero este uso hace bien unos y mal a otros. De ahí que en Mankiewicz el medio, tan chato que parece, es inmodificable, así que hay que echar mano a la idea de la inteligencia como el escape o el engaño. Una escena reveladora de esto es en la que Diello está fotografiando documentos secretos y la mujer de la limpieza desea entrar en la oficina. Nuestro espía le dice que pase más tarde, entonces ella se aplica a pasar la aspiradora en el pasillo, para lo cual la enchufa, y al ver que no funciona toca la caja de electricidad, que antes Diello había manipulado, lo que activa la alarma y este queda al descubierto, por lo cual debe huir. Algo tan simple muestra una desición también simple, la mujer de la limpieza cumpliendo su tarea, gravitando sobre los objetos sin intenciones mayores, que, sin embargo, termina perturbando las propias decisiones de Diello. En Mankiewicz no son los objetos los que se sublevan ante el hombre; siempre hay una mano, grande o chica, que los manipula, ya sea que produzcan una guerra o un accidente doméstico.
La preeminencia actoral y del texto en Mankiewicz parecerían dejar a los espacios como mera decoración, pero no. No tienen el peso y el significado que otros le darían, pero funcionan como partenaires de la vida de los personajes, y su mutismo hacia ellos no hace más que reforzar su indiferencia ante las creaciones humanas. Los objetos no los impulsan a nada; sus traiciones y falsificaciones sólo se dan por decisiones concientes, y la percepción de que el entorno se vuelve en contra en determinadas circunstancias es erróneo: por detrás siempre hay alguien que actúa, ya sea pensando o no en sus consecuencias. Mankiewicz, además de haber desarrollado una filmografía con interesantes duelos verbales entre humanos, también, en este caso, destacó el enfrentamiento, falso, al fin y al cabo, entre hombres y cosas (o entornos, históricos o cotidianos), que, en verdad, solapa el enfrentamiento o el choque de propósitos de hombres contra hombres.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La pelicula me parecio extraordinaria, todo esta pensado con exactitud.

Anónimo dijo...

El filme es una de las obras maestras de ese gran director que nos dio películas inolvidables como Eva al desnudo, El fantasma y Mrs. Muir, Carta a tres esposas o De pronto en el verano. Quñe inolvidables resultan James Mason y esa estrella única que fue Danielle Darrieux.

jorge